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CRÍTICA - ENAMORAMIENTOS (CUARTETO DE JERUSALÉN - LICEO DE CÁMARA - CNDM)
Gonzalo Pérez Chamorro
Cada visita del Cuarteto de Jerusalén (Alexander Pavlovski, Sergei Bresler, Ori Kam y Kyril Zlotnikov) es recibida con un “sold out” en la taquilla. El público los adora (una amiga me confesaba “estar enamorada del cellista…”). Y no es extraño, ya que este cuarteto de cuerda, desde que se formó allá por 1993 y debutaran en 1996, siendo muy muy jóvenes, se ha convertido en uno de los mejores cuartetos de cuerda del mundo, que sustentan su repertorio en los pilares de la historia del cuarteto de cuerda, dando pocas concesiones a repertorios menos habituales o sorprendentes. Y del mismo modo lo hacen con su repertorio discográfico, en exclusiva para Harmonia Mundi. Y hay que añadir una elegancia natural cuando aparecen en el escenario, con unos trajes elegidos con tino, que dejan a más de uno/a con la boca abierta…
Fue así en su reciente concierto para el CNDM, que ha hecho suyo desde hace varios años el Liceo de Cámara con una atractiva y renovada programación que incluye estos géneros con otros de cámara más novedosos, como el concierto de este 17 de enero con el Louisiana Boathouse Ensemble.
En su programa dos obras que prácticamente nacieron juntas y a las que les une la relación del profesor y el alumno, Haydn y su glorioso ciclo Op. 76 y Beethoven, que desafiaba a la tradición con su energía incontrolable de la Op. 18. Tras estos, un Shostakovich muy poco usual, el Segundo Cuarteto Op. 68. Y entre ellos, un vacío de todo un fundamental siglo XIX, omitido en esta ocasión.
El Op. 76 n. 1 de Haydn es una obra maestra, al escucharlo, como tantos otros de Haydn, el dominio de la forma es tal que basta con esta cualidad para comprender que se está ante un genio total, tanto por el desarrollo de las ideas o por las evoluciones armónicas, como esos unísonos que progresan armónicamente dando la sensación de sorprender en cada acorde. Ya de antemano, el sonido que emite el Jerusalén es de una riqueza de armónicos sin igual, tanto en las gamas dinámicas más bajas como en las altas, todo se escucha y el colorido es fascinante, muy cálido y envolvente, muy “surround”.
Si el primer violín, un excelente Alexander Pavlovsky, acomete sus partes con la responsabilidad de su puesto en las obras clásicas, en las que recae prácticamente el liderazgo de cada obra, a veces su personalidad sobresale sobre el conjunto (fraseos y ciertos tics), como en Haydn, que dota de alguna tirantez su discurso. Pero este inicio del Op. 76 n. 1, que recuerda en sus evoluciones melódicas a la Sinfonía n. 100 “Militar” sonó con grandeza, entendiendo perfectamente una obra que dominan como nadie, tal surgió así ese Adagio, que debería ser patrimonio de la humanidad. Curiosamente volcaron la influencia mozartiana del Finale, enlazando ambos compositores que el género del cuarteto de cuerda, como ha demostrado la historia. Hago aquí un inciso y pregunto, ¿quizá sea Mozart el compositor de los grandes menos interpretado en el Liceo de Cámara? ¿Son sus cuartetos de cuerda los menos interpretados de los cuatros clásicos, a saber: Haydn, Mozart, Beethoven y Schubert? ¿Y si es así, cuál es la razón…?
Prosigo, en Beethoven el volumen sonoro fue controlado como quien conduce un fórmula uno pero lo hace por la ciudad, sabiendo que no debe sobrepasar un límite establecido. Tanto el Menuetto (de arranque algo tímido) como el prodigioso Andante, con un descomunal Kyril Zlotnikov, el cellista, certificaron el enamoramiento que tiene el público con el Jerusalén.
Confieso que con Shostakovich a veces se me va el santo al cielo. Me cuesta concentrarme en una música que discurre de modo irregular, peses a su valor. De hecho, Shostakovich es, con seguridad, el compositor que mejor refleja en su música los hechos vitales e históricos que estaba viviendo en cada momento. Y por eso, su música toma diferentes direcciones en una misma obra, llegando a desorientar al oyente, que percibe un exceso de material poco coordenado. Pero es el siglo XX y es Shostakovich, quien, en sus quince Cuartetos, dejó sus confesiones más íntimas, lejos de la efervescencia orquestal, más dada a la efectividad que a la pura sinceridad.
Versión de esas difícilmente repetibles y que quizá nunca será igualada, desde la Obertura que hace de allegro clásico, pasando por el Recitativo “improvisatorio” a modo de cadenza, con el Vals y una sordina fantasmal, para acceder a un emocionante Adagio final en forma de variaciones, con ese tema que proviene del Boris (del prólogo), esa música que también subyugó a Shostakovich para “rehacer” la extraña orquestación de Mussorgsky. Colosal final y colosal cuarteto. Como volverán en próximas ediciones, no se los pierdan.
Cuarteto de Jerusalén. Obras de Haydn, Beethoven y Shostakovich.
CNDM, Liceo de Cámara. Auditorio Nacional de Música (Sala de Cámara),
Madrid, 11 de enero de 2019.
January 11, 2019